😕💭El vacío lleno de juguetes
- msalgadoteacher
- hace 17 horas
- 2 Min. de lectura
Había una vez un niño —llamémosle Nico— que tenía tantos juguetes que su habitación parecía una tienda de juguetes a punto de reventar. Tenía coches, trenes, figuras, muñecos, cocinitas, disfraces, peluches y una excavadora que no cabía ni por la puerta. Cuando le preguntabas qué quería por su cumple, te respondía con un “no sé” arrastrado, porque ya lo tenía todo. Pero, eso sí, cada vez que pasaba por una tienda, montaba el espectáculo del siglo si no se llevaba algo.
Y no pedía cosas pequeñas, no. Quería ese set de slime con 80 ingredientes químicos brillantes, o esa pistola de agua gigante con 15 funciones, o ese dinosaurio que ruge, camina y —según el anuncio— también hace los deberes.
Y claro, entre la pena, el cansancio y la mirada de los otros padres en el súper, el adulto cedía. Otra vez. "Bueno, uno más", se decía. Lo abría camino a casa, con la emoción de quien ha encontrado el Santo Grial, y... 10 minutos después... aburrimiento total. El dinosaurio rugía, pero ya no impresionaba. El slime ya no era tan viscoso. Y la pistola, pues bueno, otra más para el montón.
Así era la rutina de Nico: desear intensamente, conseguir rápido, aburrirse aún más rápido. Como si su cerebro estuviera programado para desear, pero no para disfrutar.
Y sí, puede parecer un caso extremo. Pero seamos honestos: la mayoría de nuestros hijos tienen un pequeño Nico dentro. Y muchas veces, nosotros hemos contribuido a que crezca. No porque seamos malos padres, sino porque vivimos en una cultura en la que decir que no cuesta, en la que el consumo es casi automático, y en la que confundimos amor con “otro juguetito más”.
¿La solución? No es dejarles sin nada ni volvernos espartanos, pero sí volver a enseñarles a esperar. A desear de verdad. A poner ilusión en algo que no llega de inmediato. Porque el deseo necesita espacio para crecer, y el valor de las cosas se multiplica cuando no llegan al instante.
Cuando los niños esperan —de verdad esperan— por algo que desean, lo imaginan, lo anticipan, lo saborean mentalmente. Y cuando por fin lo reciben, lo viven con intensidad. Juegan más, lo cuidan más, lo disfrutan más. El deseo sostenido construye gratitud, y la gratitud, a su vez, construye disfrute. Sin eso, todo se vuelve fugaz, superficial, descartable.
Así que no tengamos miedo de decir “no ahora” o “espera a tu cumple”. No es un castigo, es un regalo mucho más grande que cualquier cosa que se pueda envolver. Porque enseñarles a desear, a esperar y a valorar... es enseñarles a vivir. ❤️
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